Oporto, ciudad transformada

Quien hace mucho tiempo que no visita Oporto tal vez tenga a estas alturas una idea equivocada de la ciudad, plena de recuerdos de una urbe un poco sucia, abandonada, gris y triste. Nada más lejos de la realidad, y para convencerse del enorme cambio que ha experimentado en todos los aspectos no hay más que dejarse llevar por la Baixa y comprobar directamente el notable incremento turístico y las decenas y decenas de restaurantes, hoteles, bares, tiendas de recuerdos, heladerías y establecimientos de todos los tipos que han abierto sus puertas en los últimos tiempos.

No solo hay oferta comercial, también es muy notorio el esfuerzo que se ha hecho por adecentar las calles, racionalizar el tráfico, aumentar (muchísimo) la limpieza de todas las vías públicas y mejorar la seguridad.

Comenzando por la plaza Gomes Teixeira, con su pequeño mercadillo (ciertamente, sin mucho interés), las terrazas siempre llenas de estudiantes, la fuente de los leones tras la cual se muestran antiguos edificios cuya estética nos remonta a la mitad del siglo XX, las iglesias de los Carmelitas Descalzos y do Carmo, con el enorme mural de azulejos; la plaza de Carlos Alberto, también con su pequeño mercadillo de los sábados y una serie de pequeños bares, panaderías y locales de ocio frecuentados por una clientela joven procedente de las distintas facultades universitarias que hay en las proximidades, y la rua da Cedofeita, clara muestra de calle comercial muy clásica, de aire provinciano y que trata de recuperar su pasada importancia.

A partir de la rua das Carmelitas se tiene ya un primer reflejo de los muchos cambios experimentados: regulación del tráfico, reconversión de la plaza de Lisboa, con cafés en la parte a nivel de la calle y un chill out en el jardín superior; el buen ambiente de día y de noche de las calles Galeria de Paris y Cándido dos Reis, perpendiculares a la das Carmelitas, y la recuperación de la rua da Assunção, a espaldas de la iglesia dos Clérigos, ahora con terrazas y tiendas con especialidades gastronómicas.

Una de las mayores sorpresas se tiene cuando se encara el largo dos Lóios, la rua dos Caldeireiros y la rua das Flores, hasta hace unos años calles casi intransitables, oscuras, llenas de basura y con una preocupante sensación de inseguridad. Hoy están repletas de nuevos establecimientos abarrotados un día sí y otra también por cientos de turistas y artistas callejeros que les proporcionan un aire alegre y festivo.

Hay que reconocer que en el ámbito de la hostelería la oferta es la esperada en una zona tan turística y, salvo algunas excepciones, los precios son altos y la calidad inversamente proporcional. Os recomendamos los fantásticos helados de Santini (largo dos Lóios, 16-20), las tapas y pequeños platos de Cantina 32 (rua das Flores, 32) y Don Lopo, buena tienda de ropa a precios razonables (rua dos Caldeireiros, 43).

El inevitable descenso hacia la Ribeira, ya sea por la mencionada rua das Flores como por la rua Mouzinho da Silveira y la de São João, nos regala un buen número de vinotecas, algunas de ellas con sesiones de cata, y pequeñas casas de comida al estilo bistró en los que probar ya sean platos de charcutería o preparaciones tradicionales en las que no falta (jamás) el bacalao.

La Ribeira con sus nuevos hoteles y restaurantes y un aire completamente remozado, en el que se ha respetado el antiguo «esqueleto» (el muelle, las fotogénicas fachadas), es otro gran ejemplo de los muchísimos cambios operados en la capital del Norte, una ciudad transformada y casi irreconocible para quien hace mucho tiempo que no la frecuenta.